Marco A. Anguiano Montero
Asesor PEA del área de comunicación
La educación formal, no fue algo que escapara de esta pandemia en curso por el contrario, al igual que todas las dimensiones de la sociedad experimentó cambios que aún estamos lejos de comprender a cabalidad. Cualquier sujeto -individual o colectivo- involucrado en los procesos formales de enseñanza-aprendizaje, en estos tiempos, tiene algo que decir al respecto. Profesores, estudiantes, trabajadores, instituciones y gobiernos, de diversas formas, afrontan el problema con base en sus contextos, criterios y posibilidades.
El fenómeno de la pandemia, como un proceso mundial que incide de maneras diferenciadas en los distintos campos o contextos de la vida social en espacios y tiempos particulares, es algo que sin duda marcará la historia de nuestra civilización. A la fecha (finales de noviembre del 2021) esta crisis sanitaria global ha cobrado la vida de poco más de 5 millones de personas en el planeta.
De acuerdo con un estudio publicado en enero de 2021, por Oxfam: “En 2020, más de 180 países cerraron temporalmente sus centros educativos y, en el peor momento, 1700 millones de estudiantes dejaron de poder ir a la escuela. La pandemia privó a niños y niñas de los países más pobres de casi cuatro meses de escolarización, frente a las seis semanas en el caso de los niños y niñas de los países de renta alta. Según las estimaciones, la pandemia revertirá los avances realizados durante los últimos 20 años en relación a la educación de las niñas, lo cual se traducirá en un incremento de la pobreza y desigualdad”.
La sociología desde su enfoque teórico y sus herramientas metodológicas, puede aportarnos elementos, apuntes o reflexiones para interpretar y explicar este fenómeno tan complejo. Tomando en cuenta que esto se presenta como un desafío colosal, epistemológico y práctico, para quienes asumimos o asumiremos roles de intervención docente en distintos niveles. Aquí algunos puntos para la discusión:
1.- En primer lugar, mencionemos que la pandemia no se experimentó de la misma forma en función de factores como los siguientes: género, clase social, etnicidad, hábitat (urbano o rural), edad, situaciones de discapacidad, tipos de trabajos remunerados, entre otros como el país o la región de procedencia. A todas estas variables subyacen estructuras de desigualdad que son condicionantes de la dinámica social; en ese sentido, lo que se pueda decir sobre el significado y las consecuencias de la pandemia para la educación formal debe necesariamente considerar este hecho sociológico básico.
Apuntemos algo brevemente: cuando se habla de estructuras de desigualdad no nos referimos solamente a las diferencias lógicas en cuanto a las experiencias vitales que se tienen dependiendo de nuestra identidad, sino también, subrayemos las disparidades en términos de la posesión de (y acceso a) recursos -materiales y simbólicos- que protegen o vulneran, dependiendo de nuestra posición e identidad social, la vida de millones de personas. En realidad, lo que queremos destacar son los efectos de un sistema de poder y dominación múltiple que construye privilegios y ventajas que gozan determinados tipos de sujetos, en contraste con situaciones de exclusión, discriminación y opresión que padecen otros u otras más, que por cierto son la inmensa mayoría de la humanidad.
Las estructuras de desigualdad se reflejan en las instituciones educativas en tanto forman parte de la sociedad, con todo y sus contradicciones, tensiones, conflictos y problemas. Importa si somos hombres, mujeres o asumimos otra identidad de género; importa si somos ricos, clase media o pobres; importa si hablamos o no alguna lengua indígena o tenemos una identidad cultural no hegemónica; importa si nuestro tono de piel es blanco, moreno o negro; importa si vivimos en el campo o la ciudad; importa si somos de México o de Inglaterra; importa si nuestros padres o madres fueron a la universidad o solo terminaron la secundaria; importa si tenemos alguna discapacidad, el tipo de trabajo remunerado que realizamos (si es que tenemos) o si contamos con libros e internet en casa. Todo esto importa porque estos elementos condicionan nuestras trayectorias, proyectos y experiencias vitales y educativas; asimismo, nos hablan de subjetividades e identidades desde donde se responde desigualmente cómo impactó la pandemia nuestra educación formal.
2.- En segundo lugar recordemos que, principalmente durante los primeros años del siglo XXI, la realidad social incorporó a sus dinámicas nuevas tecnologías de la información y la comunicación (más allá de la radio y la televisión) que transformaron el mundo humano: interacciones, sentidos del tiempo y el espacio, posibilidades de acceso al conocimiento, intercambios, entre otros ámbitos, se vieron afectados por esta revolución tecnológica. Se fue generando paulatinamente, una nueva realidad cibernética y por consiguiente; nuevos tipos de individuos y colectivos. Digamos con otras palabras, que la realidad social se mediatizó a raíz de la masificación del internet y todo lo que engendró: redes sociales digitales, plataformas con contenidos en diversos formatos, bibliotecas y aulas virtuales, por mencionar algunas creaciones que ahora son ampliamente conocidas y utilizadas.
Estas novedades modificaron y ampliaron los canales para la producción, adquisición y transmisión del conocimiento pero también generaron nuevos problemas. Pensemos en el capital cultural (conocimientos, saberes, cualificaciones) requerido para navegar en internet y procesar la información; o bien, para usar las aplicaciones y plataformas que nos permiten entrar a una videollamada o un aula virtual. Y ahora, quienes recurrimos a estas tecnologías dependemos de nuestra conexión a la red para poder realizar muchas actividades. Al mismo tiempo que esta situación facilitó el acceso a contenidos y evitó que muchos y muchas perdieran contacto con profesores y compañeros, nos colocó ante desafíos pedagógicos y psicoemocionales inéditos. Hasta ¿Qué punto el sistema educativo se reinventó o simplemente se adaptó a la situación por un intervalo de tiempo?, es algo que no tiene respuestas concluyentes. Quizá la realidad es que coexistan reinvenciones perdurables y adaptaciones efímeras.
Finalmente, tomemos en cuenta que las instituciones de educación formal están atravesadas por conflictos y dificultades en cuanto a sus modalidades de enseñanza-aprendizaje (escolarizada, abierta o en línea), función social (reproducción/transformación del orden social), orientaciones (religiosas/laicas), titularidad (público/privado), entre otros temas y asuntos más que no mencionaremos. Aunque sea una afirmación de perogrullo (es decir, es tan conocida), insistamos en que no es lo mismo; en el caso de la Ciudad de México, estudiar el bachillerato en un Conalep, un CCH, una Vocacional, el PEA, la UNITEC, el Colegio Miraflores: cada cual tiene su modelo pedagógico y construye tipos de docentes y alumnos; cada cual define qué debe conocer y valorar una persona, y además qué se espera de ella una vez que concluya sus estudios.
En suma para hablar de los efectos, consecuencias y significados de la pandemia en el ámbito de la educación formal, es indispensable tomar en cuenta la estructura de desigualdades sociales, la presencia de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y finalmente la problemática misma del campo educativo, marcado por tensiones e ingentes problemas. Todo lo anterior enmarcado en tiempos, espacios e identidades particulares.
Ahora bien, México es un país en el que subsisten múltiples rezagos y obstáculos para el desarrollo educativo de la población. De acuerdo con el reciente Censo Nacional 2020, ejercicio demográfico realizado cada 10 años por el Instituto de Estadística y Geografía (INEGI), en México el promedio de escolaridad nacional (número de años cursados en instituciones de educación formal, desde el nivel básico hasta el superior) es de 9.74 años. Esto quiere decir que, en promedio, las personas de este país consiguen terminar sus estudios de secundaria (nivel básico) y después entran al bachillerato (nivel medio superior) pero durante el primer año desertan, o, dicho de otro modo, dejan de estudiar. Y según las cifras, las mujeres tienen más probabilidades de truncar sus estudios que los varones.
Existen desigualdades regionales que vale la pena destacar. Por ejemplo, que en la Ciudad de México (capital del país que funge como un centro urbano enmarcado por una vasta zona metropolitana) la gente; en promedio estudia 11.48 años, lo cual quiere decir que dejan de estudiar durante sus últimos semestres del bachillerato, en Chiapas (Estado del sureste del país rico en biodiversidad e identidades culturales) las personas; en promedio tienen que hacer a un lado sus estudios durante su segundo año de secundaria. Estos contrastes (norte-centro-sur, entornos metropolitanos o rurales) son muy marcados. Insistimos en que independientemente de la región o el hábitat, las desigualdades de género persisten.
Hay otras cifras interesantes: en México a nivel nacional, se contabilizaron cerca de 4 millones y medio de personas analfabetas, es decir, que no saben leer ni escribir. Si atendemos la información que nos proporciona el INEGI por Estados, nos daremos cuenta que tan solo Chiapas y Veracruz suman poco más de un millón de personas en condición de analfabetismo.
Esto solo es una pequeña muestra del gran reto que tenemos por delante como país, si queremos trascender las innumerables problemáticas a las que se enfrentan todos los días hombres y mujeres para poder estudiar. Dicho de otra forma: las cifras del INEGI pueden ser interpretadas como la expresión de los múltiples problemas a los que se enfrenta una estructura social que se inserta, en diferentes medidas, en las instituciones educativas.
México es un país en el que durante el año 2014, 16 personas concentraban aproximadamente 140 mil millones de dólares; es decir, acumulaban cerca del 20% del Producto Interno Bruto (PIB) en ese mismo año. Esta situación dentro una población donde en 2014, únicamente el 20% de las personas no se encontraban en algún grado de pobreza (esto equivaldría a 25 millones de personas, en un país de 126 millones según el Censo 2020 del INEGI). Ahora en los tiempos de la pandemia, el Coneval ha dado a conocer que alrededor de 4 millones de personas se sumaron al sector social en condición de pobreza económica. Si estas cifras las traducimos a desigualdades en oportunidades el panorama es desalentador.
El contexto mexicano durante la pandemia está marcado por más de 30 años de neoliberalismo y corrupción gubernamental, que significaron el desmantelamiento del precario Estado social que existía. El modelo económico implementado desde Miguel de la Madrid hasta Enrique Peña Nieto debilitó a niveles inauditos, el poder adquisitivo de los salarios; suprimió la inmensa mayoría de los contratos colectivos de trabajo, privatizó bienes y servicios públicos en interés de particulares que se enriquecieron al amparo del poder político (buen ejemplo fue que, en la educación formal proliferaron las escuelas particulares), erosionó la seguridad social de tal forma que las pensiones y el acceso a la salud fueran un asunto de responsabilidad individual -Afores, farmacias similares con consultas médicas de bajo costo en lugar de afiliación colectiva al IMSS o ISSSTE. Todo ello nos lleva a una suma de más de 30 años de un Estado al servicio de los intereses de la gran burguesía monopolista nacional y extranjera, en detrimento de las condiciones de vida de las clases populares.
Hablamos de un país donde la mayoría de las personas mayores de edad tienen empleos (cuando los tienen) mal pagados, sin seguridad social ni respeto a sus derechos laborales básicos; donde la mayoría tiene problemas para habitar una vivienda digna -ya nos digamos propia- en una ubicación que les permita acceder a servicios públicos de calidad; donde la mayoría experimenta situaciones de violencia producto de las actividades criminales y en razón de género; donde la mayoría se endeuda con los bancos y empresas que proveen algún crédito (tipo Coppel o Elektra) para poder conseguir satisfactores básicos; donde la mayoría tiene dificultades para estudiar porque debe contribuir con algún ingreso en casa, o bien, no cuenta con el capital cultural indispensable ni el tiempo libre para interesarse por cuestiones académicas. Ese es el trasfondo socioeconómico de los rezagos educativos en México, no es solo una cuestión de modelos pedagógicos ineficientes o reformas educativas mal implementadas (aunque, desde luego, eso tiene su importancia y merece un texto aparte).
En el Programa de Educación para Adultos (PEA), que forma parte de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) unidad Azcapotzalco, tenemos el reto de asesorar y apoyar a un sector social que por diversas razones (como las mencionadas en el presente artículo) ha recurrido a esta modalidad educativa para concluir sus estudios básicos y medio superiores. Debemos afrontar problemas relacionados con malas experiencias en las trayectorias académicas escolarizadas; deficiencias en habilidades lecto-escritoras y numéricas; aversión o escaso interés por todo lo que tenga que ver con la escuela y el estudio; problemas familiares y psicoemocionales; discapacidades; escaso tiempo libre para estudiar las horas suficientes; dificultades para acceder a sus Entornos Virtuales de Aprendizaje y utilizar adecuadamente tecnologías y plataformas digitales, entre otros tantos asuntos que se presentan caso por caso. Y todo esto lamentablemente, agravado por la pandemia.
Quienes pertenecemos a la comunidad PEA-UAM debemos ser conscientes de estos y otros tantos problemas, en aras de mejorar nuestras asesorías y el proyecto mismo. Nunca perdamos de vista la importancia de nuestro compromiso y responsabilidad social y, como dice Fernando Savater:
“Como educadores solo podemos ser optimistas. Con pesimismo se puede escribir contra la educación, pero el optimismo es necesario para ejercerla. Los pesimistas pueden ser buenos domadores, pero no buenos maestros… La educación es un acto de coraje; cobardes y recelosos abstenerse”.
Finalmente agrego una nota sobre el sistema de dominación múltiple para un mejor entendimiento:
El sistema de poder y dominación múltiple al que nos referimos está cimentado sobre la base de una economía capitalista, que subordina la vida de millones de pobres a una lógica de acumulación en la que una minoría aritmética se beneficia de la compra-venta, producción y especulación de cualquier objeto que pueda ser una mercancía, mediante la apropiación de un excedente que generan ingentes masas de trabajadores; Estados-nación burocratizados que operan a partir del monopolio legítimo de la violencia, y construyen identidades hegemónicas que pretenden anular o relegar comunidades étnicas minoritarias; regímenes políticos que limitan procesos autogestivos y colocan en manos de políticos profesionales, representantes, las decisiones más importantes para una sociedad; estructuras de significados que sustentan imaginarios, roles y prácticas que ubican a las mujeres en una situación de subordinación social respecto a los hombres; y, finalmente, marcos de pensamiento y acción que justifican y promueven un supuesto predominio natural de individuos, grupos, países y culturas frente a otros y otras por el hecho de ser y vivir de una determinada manera (desde el color de la piel hasta tradiciones o instituciones); es decir, el racismo-etnocentrismo y el colonialismo. Todo esto en el plano de una red de relaciones asimétricas mundiales.
BIBLIOGRAFÍA
1.- Para consultar el número de decesos por COVID-19:
2.- Para consultar el estudio de Oxfam sobre la relación entre Pandemia y desigualdades:
3.- Para consultar estadísticas del INEGI con base en el Censo 2020:
4.- Para consultar el informe de Oxfam sobre desigualdad extrema en México, en 2014:
5.- Para consultar una fuente periodística donde se habla de los nuevos pobres producto de la crisis sanitaria:
6.- Para consultar frases de Fernando Savater:
- EL ENSAYO: ELEMENTOS A CONSIDERAR - febrero 8, 2022
- ¿QUE SON LAS FAKE NEWS? - febrero 1, 2022
- ARQUITECTURA SUSTENTABLE - enero 22, 2022