Ivonne Meza

“¿Te has enamorado alguna vez? ¿No es horrible? Te hace tan vulnerable. Abre tu pecho y abre tu corazón y significa que alguien puede entrar en ti y deshacerte.”

Las benévolas, de Neil Gaiman

El enamoramiento está compuesto por múltiples sensaciones que son excepcionales en la vida. El querer a alguien y ser correspondidos con la misma intensidad, con el mismo coraje y la misma pasión, pues sabemos que no todos los días congeniamos con alguien, mucho menos experimentamos el encanto de la reciprocidad, un “encularse ambos».

El amor se puede definir como una mezcla de sustancias químicas (neurotransmisores) que surgen en el hipotálamo generando oxitocina que actúa como una droga, liberando dopamina (placer), serotonina (felicidad), norepinefrina (adrenalina), entre otras sustancias. Según la paradoja freudiana, amor y enamoramiento son dos palabras distintas. El amor es visto como un lazo social que está acompañado de los celos, la envidia y el odio. Por otra parte, el enamoramiento son todas aquellas aspiraciones sexuales (libido: deseo de placer).

Sin embargo, todo este rollo es un tema abstracto, cada uno de nosotros construye su propia definición de acuerdo con sus vivencias y experiencias. Todos dicen, según su perspectiva, qué es el amor, pero nadie entiende lo que dice y sobre todo casi nadie sigue sus propios consejos. Somos seres humanos, por ende, imperfectos, inevitablemente lastimamos o nos lastiman, algunas veces intencionalmente y otras de forma deliberada. Simplemente pasa, la cagaste, la cagan y ahí termina todo ese proceso de enamoramiento, o simplemente acaba el amor. Dicho de una forma más coloquial, en algunas ocasiones nos rompen el corazón y en otras cuantas nos toca romperlo a nosotros.

Cuando atraviesas por una ruptura amorosa se vive en un espejismo momentáneo, en el que se experimentan las diferentes etapas del duelo como en toda pérdida: negación, ira, negociación, depresión y aceptación (etapas que no llevan un orden o que no siempre se viven). En una separación amorosa se señala la condición del ángel caído (exiliado o la persona que recibe el duelo), como una metáfora de la separación, de la expulsión del paraíso amoroso (en ese momento, después vuelves a entrar).

La mayoría de las situaciones que vivimos se basan en lo subjetivo, un día estamos enamorados y al día siguiente sentimos que nos está costando media vida dejar ir. Nada es lineal y eso ya lo sabemos, pero no lo damos por hecho, porque queremos tener nuestro propio proceso de duelo. Proceso que está conformado por innumerables actividades, sensaciones y sentimientos, en algún momento de nuestras vidas pedimos o damos consejos de amor (que insisto, casi nunca seguimos) e intentamos seguirlos, aceptar y avanzar.

Al final cada persona tiene su propia filosofía de vida y aunque sea un tema del que todos hablamos como expertos, es un tema del que prácticamente no sabemos nada, pero que cuando se tiene una ruptura amorosa la aprovechamos para reinventarnos y es lo mejor que se puede hacer. Además de romper la expectativa o idealización que se tenía de ese amor, porque si algo es cierto es que el amor es libre de llegar a tu vida y de irse cuando así lo decida, de todas formas, aunque no quieras saber nada, te vas a volver a enamorar y cuando suceda simplemente deberás disfrutar esas mariposas en tu estómago, aunque no entiendas lo que sientes.

Referencia:

Castro, D. V. (2013). Una paradoja freudiana del amor. Desde el jardín de Freud: revista de psicoanálisis, (3), 93-103.

https://revistas.unal.edu.co/index.php/jardin/article/download/40699/42456

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